Cuando el Rey Sol perdió la sonrisa: un episodio de salud oral en el siglo XVII
Luis XIV, conocido como el Rey Sol, nació el 5 de septiembre de 1638 en Saint-Germain-en-Laye y falleció el 1 de septiembre de 1715 en el Palacio de Versalles. Su reinado, que se extendió desde 1643, cuando solo tenía cuatro años, hasta su muerte en 1715, abarcó 72 años, siendo el más largo en la historia de Francia. Este período se enmarca dentro del siglo XVII, denominado en Francia como Le Grand Siècle (el Gran Siglo), y se prolongó hasta los inicios del siglo XVIII. El apodo de "Rey Sol" surgió de su identificación con Apolo, dios del sol, y simbolizaba la centralidad absoluta de su figura en la vida política y cultural del reino. Su legado representa la cúspide del absolutismo monárquico, resumido en la célebre aunque apócrifa frase "El Estado soy yo". Bajo su mandato, trasladó la corte al majestuoso Palacio de Versalles y consolidó a Francia como la principal potencia europea de su tiempo.
La cirugía bucal del Rey Sol.
Un 18 de noviembre de 1685, el Rey Sol se enfrentaba a la misma dolencia que cualquier súbdito: un absceso o flemón dental que exigió una arriesgada intervención. Hoy, 18 de noviembre de 2025, al cumplirse tres siglos y medio de aquella hazaña, recordamos la figura de Charles-François Félix de Tassy, el cirujano-barbero cuyo legado perdura en la cirugía bucal 340 años después.
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Recreación generada con IA de la extracción dental. |
En aquella época, la odontología no existía como disciplina. Quienes enfrentaban estos males eran los barberos-cirujanos, armados con instrumentos rudimentarios, sin anestesia y con escasos conocimientos de higiene. El cirujano de la corte, Charles-François Félix, decidió extraer los molares infectados y limpiar el hueso maxilar, valiéndose de tenazas de hierro, cincel y martillo. Los gritos de agonía del monarca, que según las crónicas retumbaron por los salones de Versalles, contrastaban con su legendaria valentía: un hombre de temple férreo, nada parecido a un niño quejica, soportó la tortura con un coraje que se recordaría durante siglos. Como consecuencia de la cirugía quedo una comunicación buco nasal que padeció el Rey Sol el resto de su vida.
Para una comprensión cabal de la situación, es pertinente recordar que, en la práctica clínica odontológica contemporánea, la exodoncia de molares superiores anquilosados —fusionados directamente al hueso alveolar— conlleva un riesgo inherente de fractura del hueso adyacente generalmente el piso del seno maxilar o del desplazamiento de las tablas óseas vestibulares y se producen comunicaciones oro nasales. Esta eventualidad se explica por la íntima relación anatómica que guardan estas estructuras con las raíces dentarias, pudiendo hallarse, en algunos casos, directamente adheridas a ellas. Se trata de una complicación quirúrgica que, en numerosas ocasiones, resulta inevitable. Su aparición trasciende la pericia del operador, su destreza técnica e, incluso, la calidad de los recursos diagnósticos preoperatorios disponibles.
Es crucial realizar una segunda reflexión: la comunicación bucosinusal referida podría deberse a una fístula buconasal preexistente, secundaria a la destrucción osteolítica del maxilar por el proceso infeccioso. Por lo tanto, esta comunicación puede no haber sido el resultado de una cirugía defectuosa, sino una consecuencia necesaria del desbridamiento y curetaje de la cavidad ósea infectada. Dicho procedimiento refleja los principios quirúrgicos del siglo XVII de eliminar tejidos necróticos anticipándose de manera notable a los fundamentos de la cirugía maxilofacial moderna.
Si bien es innegable que la intervención dejó a Luis XIV con una fístula oronasal y un trauma tan profundo que lo apartó de cualquier tratamiento posterior, logró salvarle la vida (el monarca reinó durante 72 años). Su existencia pendía de un hilo: una infección dental en el maxilar superior que, de haber seguido su curso natural, habría podido propagarse —como hoy sabemos— a través de las venas faciales carentes de válvulas que desembocan en el seno cavernoso, desencadenando una tromboflebitis séptica, una meningitis o incluso una encefalitis de desenlace fatal. Conviene recordar que, aun en la actualidad y pese a los avances de la antibioticoterapia moderna, esta temida complicación sigue siendo posible.
En el contexto histórico de la época, con sus limitados recursos, la decisión de Félix no solo fue valiente, sino también acertada, logrando con éxito evitar un posible desenlace mortal. Tanto la medicina moderna como el veredicto de la Historia demuestran que su proceder fue consecuente con la gravedad del problema.
¿Cuántas y cuáles piezas dentales se extrajeron? La respuesta no es sencilla. Algunas crónicas mencionan varias, otras sólo una; pero casi todas coinciden en que aquel acto superó con creces una simple extracción. Fue, en esencia, una auténtica cirugía maxilar, un procedimiento que reunía precisión, riesgo y audacia.
La imagen es una r
ecreación de un pelícano quirúrgico basada en instrumentos documentados en la odontología del siglo XVII, posiblemente similar al usado por Félix. Este tipo de herramienta, preferida por los barberos-cirujanos, estaba diseñada específicamente para la extracción de molares, reflejando la técnica y destreza manual propias de la práctica odontológica de la época.
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| Recreación de un pelícano quirúrgico del siglo XVI |
El trauma psicológico fue profundo: durante años el Rey Sol rehusó someterse a cualquier nuevo tratamiento. Félix fue recompensado con tierras y riquezas. Recibió 150.000 libras y una propiedad, lo que le
permitió vivir como un noble por el resto de su vida. Había "salvado" al rey. De haber estado en el lugar del rey, yo también lo habría recompensado.
¿Y si el rey hubiera muerto? ¿Qué habría sido de Félix? Solo al plantearnos estas preguntas se revela la verdadera magnitud de aquel instante: un acto de valor que salvó no solo a un monarca, sino que sostuvo el pulso de una nación entera. Allí, en la audacia de un hombre común, en la mano de un humilde barbero, se tejía el destino de ambos. Y, con él, la Historia misma contuvo el aliento, aguardando para ver quién se atrevería a torcer su curso. ¿Cuál habría sido el destino de Francia si Félix se hubiera acobardado y hubiera dejado que la infección siguiera su curso natural?
Y no me cabe duda: la intervención de Félix, analizada a la luz de los protocolos actuales para el control de la infección odontológica, fue un acierto. Incluso hoy en día, contando con todo el arsenal terapéutico de antibióticos modernos, cuando no es posible controlar una sepsis odontógena, el procedimiento indicado sigue siendo la extracción del foco séptico ubicado en una raíz dental. Claro está, hoy este acto se realiza bajo anestesia y antibioterapia; Félix, en cambio, no disponía de nada de eso, solo de su intuición médica y su valentía. Resulta inevitable citar a Goethe: «La audacia tiene genio, poder y magia».
¡Válgame Dios! Cómo no admirar a Félix, que en medio de semejante tormenta supo mantener el autocontrol y el pulso firme.
El hedor detrás del oro: la Corte en la era del Rey Sol
Versalles con olor a gloria… y a otra cosa.
Versalles nació como un humilde pabellón de caza de Luis XIII, pero fue su hijo, Luis XIV, quien lo abrazó como un sueño propio y lo convirtió en símbolo del absolutismo.
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| Foto del exterior y jardines frontales de Versalles. |
La magnificencia del palacio y sus jardines, con fuentes, esculturas y salones decorados por Charles Le Brun, encarnaba la idea de que el rey era el centro del universo, irradiando orden y esplendor, de modo que cada piedra y cada ornamento reforzaban la imagen del poder absoluto y la gloria de Francia. Imagen del Palacio de Versalles, vista exterior con arquitectura clásica y jardines frontales.
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| Orinal de la época. Siglo XVI |
El brillo de los salones convivía con la pestilencia de los pasillos; el jazmín y el almizcle trataban sin éxito de ocultar el tufo de los orinales rebosantes y de un aire saturado de humanidad. Versalles no era una excepción: en Schönbrunn, en Charlottenburg e incluso en Buckingham, los biombos ocultaban los mismos orinales y las damas se enfrentaban a idénticos dilemas. La historia nos recuerda que la grandeza y la incomodidad a menudo han convivido estrechamente, como dos notas contrapuestas en la misma sinfonía barroca. No fue sino siglos después, con los avances en medicina e ingeniería, cuando Versalles incorporó baños modernos y sistemas de saneamiento más eficaces.
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Vista panorámica de la Galería de los Espejos en Versalles. |
La halitosis del Rey Sol.
Desde su juventud, la boca del soberano fue un campo de batalla de infecciones y podredumbre. Un conjunto de dientes devastado por caries profundas, encías ulceradas por periodontopatías y abscesos recurrentes que desembocaron en extracciones traumáticas. El resultado de esta letanía de afecciones fue una cavidad oral prácticamente edéntula.
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| Luis XIV de Francia (por Hyacinthe Rigaud) – Museo del Louvre |
Dicha aflicción lo forzaba a tragar la comida sin masticar —a menudo, cargada de especias—, lo que le provocaba un reflujo gástrico y la regurgitación de un jugo estomacal de olor acre. Así, de su boca emanaba un tufo permanente que, con una armonía macabra, se fundía con la atmósfera del palacio. Ante esto, la pregunta resulta inevitable: ¿dónde terminaba el aliento del rey y comenzaba el aroma de Versalles? La realidad era la prueba última de su obsesión: el rey no solo habitaba Versalles; se había fundido con él hasta el punto de que sus esencias eran indistinguibles. Podría decirse que, en un sentido muy real, el monarca había llegado a encarnar su obra hasta poder afirmar: "Versalles soy yo". ...el rey no solo habitaba Versalles; se había fundido con él en una realidad mágica donde ya no se sabía dónde acababa uno y empezaba el otro.
Retrato de Luis XIV de Francia con las vestiduras de coronación (por Hyacinthe Rigaud) – Museo del Louvre. Este cuadro es uno de los más célebres retratos oficiales del Rey Sol, pintado en 1701, y se convirtió en un modelo de representación monárquica durante siglos.
A su legendaria halitosis en el ocaso —que se prolongó durante años— se sumaban las dolencias que marcaron el final de su reinado. Luis XIV gobernó durante 72 años y murió a los 76 años y 361 días, apenas cuatro jornadas antes de cumplir 77, víctima de la gangrena en una pierna y de problemas renales. A ello se añadían sus padecimientos urológicos: en los últimos años sufrió incontinencia urinaria, lo que generaba un olor persistente y difícil de disimular.
Bajo los brocados y las pelucas, el cuerpo del Rey Sol se convirtió en un campo de batalla entre la majestuosidad simbólica y la crudeza fisiológica. Los embajadores y visitantes extranjeros comentaban con mordaz ironía que el astro absoluto iluminaba con poder, pero también abrasaba con su hedor. Quien se acercaba al Rey Sol no solo veía su luz… las olía.
Cada reverencia se transformaba en un acto heroico: mantener la sonrisa mientras el aire se impregnaba de aquel “eau de monarque absolu”. Y en esa coreografía cortesana, entre abanicos y pelucas empolvadas, se escondía una metáfora tan punzante como inevitable: por muy deslumbrante que fuese el trono, la naturaleza humana siempre se abre paso… y a veces lo hace con un hedor que ni el poder absoluto logra disimular absolutamente.
Luis XIV, aunque representaba la imagen divinizada de la monarquía, era un hombre vulnerable, marcado por el dolor y la decadencia de su cuerpo. Su mal aliento no era un detalle menor: era un recordatorio de que incluso el astro que gobernaba Europa era también humano. Porque al final, ni el poder ni los espejos dorados pueden ocultar la verdad: el sol sale para todos… y el mal aliento también.
Pero no vamos a cargar al Rey Sol con toda la culpa por los olores de Versalles: los nobles, con toda su elegancia de pelucas empolvadas, también contribuían generosamente a la atmósfera. Entre litros de perfume empeñados en disimular lo indisimulable y paños húmedos que funcionaban como “spa portátil”, la higiene era más una ceremonia que una limpieza auténtica. El agua, vista casi como una enemiga mortal, apenas se tocaba, y un baño completo era tan infrecuente como un eclipse.
¿Por qué es importante este episodio histórico?
- Refleja la fragilidad humana: Ni el monarca más poderoso de su tiempo pudo eludir el sufrimiento de una infección dental.
- Muestra los límites de la medicina premoderna: Sin anestesia, antisepsia o especialización, las intervenciones eran extremadamente dolorosas y arriesgadas.
- Destaca el avance de la odontología moderna: Hoy, gracias a la anestesia, la higiene y las técnicas especializadas, procedimientos similares son seguros y poco traumáticos.
Conclusión.
El caso de Luis XIV trasciende la anécdota histórica: nos recuerda la importancia crucial de la salud bucal y los notables avances científicos de los últimos siglos. Lo que en los siglos XVI y XVII fue una experiencia atroz y peligrosa, hoy se resuelve con eficacia y confort. La historia del Rey Sol nos enseña que cuidar de nuestra boca es preservar nuestra salud en general, y que la odontología moderna constituye uno de los grandes logros de la medicina.




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